2

60. En búsqueda del tesoro perdido y el rescate imposible

Posted by Juan K Peña on jueves, junio 04, 2009 in ,
En Junio de 1983, una patrulla de cinco soldados de plástico del pelotón verde oscuro desapareció después de siete horas en una misión por los geranios de la casa. Dos meses más tarde un vaquero de Playmobil, un soldado rebelde de Star Wars (The Empire Strikes Back), y cuatro soldados de plástico del pelotón multicolor, liderados por un indio amarillo, también de plástico, desaparecieron a pocos metros del limonero del jardín de adelante. En octubre del mismo año la situación se vuelve insostenible cuando un cargamento de armas de plástico, un cochecito Matchbox, modelo Rolls Royce se pierden en un desplazamiento cerca del arbolito de cedrón del jardín de atrás.

Mi hermana hubiese podido ser la primera sospechosa, pero a ella también se le había perdido el zapato de una Barbie. El jerez ‘Tío Pepe’ de mi abuelo, una botella chiquita, había perdido su guitarra y su sombrero. Era la botella más guapa de la casa, pero sin guitarra y sin sombrero ya no era más que una vil Fanta Bamboocha.

No se pudo hacer mucho por los desaparecidos. Eran otros tiempos. Y la irresponsabilidad propia de la infancia, hizo
que un par de llantos por los desaparecidos y algún dibujo animado en la televisión basten para olvidar lo sucedido. Hubo múltiples misiones de rescate, pero generalmente fracasaban y perdíamos algún efectivo más. No quise arriesgarlos más.

Habían pasado tres años, era 1986 y El Diego deslumbraba al mundo con su zurda mágica y todos nos preguntábamos ‘¿De qué planeta viniste, barrilete cósmico?’, por lo que yo dejé a un lado los soldaditos y empecé a jugar con la pelota. Jugaba con ser Jorge Valdano, yo, porque sabía que mi calidad técnica no daba para imaginarme siendo Maradona, y que el deleite de tenerlo a Diego al lado de uno, era aún mayor que ser Diego en la cancha.

Medía algunos centímetros más y muchas cosas empezaron a estar a mi alcance. Los interruptores de luz, algunas golosinas y podía trepar algunos muros, inclusive. Pero una de las maravillas que estaba a mi alcance y que nunca antes lo estuvo era el conjunto de vitrinas de mi bisabuelo Enrique. Enrique a quien yo llamaba ‘Ititito’ era un hombre pequeño de andar muy lento, con una sonrisa pícara que lo delataba como capaz de cualquier travesura. No era un amante de los niños, pero tampoco los odiaba. En cambio, le encantaba molestar a los niños. Cuando tenía seis años me daba coscorrones gratis, solamente para molestarme y aprovecharse de que estaba distraído. Ahora lo veo como una genialidad que me causa mucha gracia. Un hombre de ochenta y cinco años, pegando coscorrones a un nene de siete años, y negándolo todo: ‘¿Yo? ¿Estás seguro que fui yo? ¡Si no me he movido!'

Lo llamé ‘Ititito’ porque a los dos años y medio ‘Enriquito’ es una palabra muy difícil e Ititito, siendo difícil a esa edad, es mucho más sencilla. ¡Y tenía la misma métrica! Yo no sabía un cuerno de métrica, pero la usaba bastante bien. A Ititito jamás lo recordaré por la sabiduría que no tuvo, ni por su incondicional afecto a sus bisnietos que no recuerdo me lo haya dado. En mi memoria queda una que otra de sus anécdotas. Lo recordaré como un dibujante increíble, y como el dulce canalla que secuestro a los muñequitos. Un tipo obsesionado con las miniaturas y los detalles… Capaz de coleccionar clips, papelitos cuadrados de un espesor, textura y dimensiones específicas, gomas de borrar,…, lo que fuera.



Cada dos años crecía lo suficiente como para alcanzar un nuevo nivel de las vitrinas y encontrar más tesoros. En las vitrinas que el adoraba encontré no solo a mis desaparecidos, sino al zapato de la Barbie, a la guitarra y sombrero de Tío Pepe… . No solo tesoros de mi época, sino de otros tiempos. Algunos dorados, otros plateados, metálicos, de tiempos en que las cosas eran menos funcionales, pero a lo mejor más bonitas… Planchas, faroles, cálices, cristos, jarrones, martillos, tazas, pistolas, llaveros, trenes, coches, caballitos, osos, muñecas, cuadros y máquinas contadoras en miniatura. La manía de coleccionar ‘juguetes ajenos’ le venía desde mucho antes que yo naciera. Era evidente.

Para 1989, luego de algunos ‘recursos y reclamos’ por la vía legal, que era mi abuelo, y que no surtieron mayor efecto (¡Papá, eso es del Juanchito! Es una frase que no tiene mucho poder de convencimiento), me decido a realizar una misión de rescate. Recuerdo que entré a hurtadillas y que descubrí que sus tesoros estaban encerrados bajo llave, una llave a la que tenía muy cerca de su cintura y que sería casi imposible rescatar a los héroes, que ya eran casi mártires a estas alturas de mi historia infantil.

Hubo misiones más avanzadas, que fueron realizadas mientras todos disfrutaban de un almuerzo familiar. Alguna incluyó una ganzúa y fue la que más se acercó al momento del rescate. Pero aborté la misión sin aparente razón alguna. Sentí que estaba haciendo algo malo, como si recuperar lo que era mío fuese robar. Eso sentí. No pude. No pude ni siquiera palpar los otros tesoros que tanto me llamaban la atención. Ni siquiera el sacapuntas de plástico, ni la goma de borrar con olor a vainilla, ni el dedal, ni el cochecito de metal del Monopolio…

Ititito dejó este mundo en Julio de 1998. Lo recordaré no por la inmensa tranquilidad y seguridad al hablar, que no transmitía…. Sino porque la última carta que mandó a una persona, estuvo dirigida a mí. Yo vivía en el sur de Estados Unidos y él ponía muy claramente… ‘Señor Juan Carlos Peña Guzmán… ‘Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica’… Adoro esa carta, aunque estaba bastante lejos de New York… y no es que lo recordaré por la profundidad que no supo mostrarme, sino que lo recordaré por su sencillez y su amor por la familia y la naturaleza. También, tengo en mi mente el tecleado de su máquina de escribir, y como narraba cada una de los días de su vida...No diría que era un diario, más bien una especie de blog prehistórico, porque me dejaba leerlo y yo disfrutaba de su narrativa.

De vez en cuando sueño con él… De vez en cuando sueño con las vitrinas repletas de tesoros. Hace unos años mi abuelo les quitó el seguro y ahora cualquier persona puede verlas o incluso tomar cosas de ahí, que no deberían. Se que muchos ‘tesoros’ ya no están más en las vitrinas. Es como si ese pequeño museo en miniatura fuese desvalorizándose, saqueo tras saqueo.

- ¿Para qué una foto de eso?
- Para mi blog.
– Le dije a mi abuela que no entendió nada y de paso, criticó mi gusto por las ‘pendejadas’.

Espero que quien lea esta entrada entienda un poco este mini-homenaje a ese extraño y dulce personaje que fue mi bisabuelo, a ese sensacional ladrón de tesoros considerados chucherías… Un guiño de ojo de un amante de detalles hacia él, que fue otro gran amante de los detalles más pequeños… y talvez, más importantes. A vos, Enrique.

2 Comments


Juank me encantó, leerlo fue recordar mi infancia, mi abuela paterna que también tenía un cuarto de los tesoros, fue añorar la infancia y su inocencia y la felicidad con esos tesoros. Gracias mi querido amigo por uno de los mejores caleidoscopios.
Angie


Gracias Angie. Cada visita a mi blog es una emoción aparte. Los comentarios siempre me hacen sonreír y también me dan ganas de seguir escribiendo.
Vuelve siempre que quieras.

Copyright © 2009 KALEIDOSCOPIOS All rights reserved. Theme by Laptop Geek. | Bloggerized by FalconHive.