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Interludio - Sólo 8 cosas...

Posted by Juan K Peña on martes, enero 29, 2008

Dicen que 7 es el número perfecto, pero a mí siempre me gustó mucho más el 8. Si, posiblemente sobra uno… Pero es preferible que sobre a que falte. El 8 es mi número perfecto. 8 cosas que… son sólo 8, no son todas, ni las 8 principales:

8 cosas que me gustaría hacer antes de morir

- Ver formada y unida mi propia familia.
- Encontrar a la mujer de mi vida.
- Dirigir profesionalmente algún equipo, de preferencia con éxito.
- Enseñarles a mis hijos a no cometer los mismos errores con las mujeres como su padre.
- Enseñarles a mis hijos a cometer errores que valgan la pena.
- Viajar por los cinco continentes. Especialmente por todas las ciudades que me llaman la atención. (Barcelona, San Sebastián, Cartagena, La Habana, Tokio, Sydney, Dublín, Paris, Ámsterdam, Sevilla.)
- En una ceremonia espiritual y con guía de un shamán probar algún alucinógeno.
- Ver mi vida en forma de película.



8 cosas que hago muy bien

- Los sándwiches con pan francés en sartén.
- Soñar despierto. Soñar dormido. Soñar
- El amor. Diría que también tener sexo, que no es igual que hacer el amor… Lo hago muy bien.
- Leer partidos de fútbol, prepararlos como un entrenador.
- Ser sarcástico.
- Escribir… espero.
- Motivar o desmotivar. Soy muy bueno para manejar la moral ajena.
- Elegir canciones que van a convertirse en éxitos. No todas me gustan como la Macarena y el Aserejé, pero es tan obvio cuando algo va a ser el éxito del verano… o algo así.


8 cosas que odio

- La estupidez. Es una de las cosas a las que les tengo poca tolerancia.
- La mayoría de canciones de Silvio Rodríguez
- La cobardía y la falta de valor que nos siempre es lo mismo. Que intenten engañarme, lo que también es una cobardía y una estupidez.
- Los perros de raza pequeña. Me parecen excesivamente molestosos
- La ingratitud. Detesto que la gente no sepa ser agradecida.
- El mal olor en algunos colectivos. La inconsciencia de las personas que expelen el mal olor. El mal olor en general, como el del tabaco.
- La violencia contra la mujer.
- La falta de pasión en una mujer.


8 cosas que me encantan

- Que una mujer linda me sonría
- El buen asado, el sushi y la torta de ricotta.
- La sensación de dolor que se siente en los músculos luego de una extenuante actividad muscular. Esa sensación se puede multiplicar si es fútbol, sexo o artes marciales, luego de dominar alguna kata complicada...
- El buen fútbol y el grito de gol... equiparable con la energía que se siente al cantar una de las canciones de uno de mis artistas preferidos en un concierto.
- Que una persona que quiero me regale justo lo que quiero.
- La sensación de caminar por alguna calle de Buenos Aires, durante otoño y que el viento sople mientras me como un alfajor.
- Sentirse amado, temido, deseado, respetado y/o admirado. Sentir que sonrío.
- La sensación de frescura al salir de la ducha.


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16. El Fénix en mí

Posted by Juan K Peña on domingo, enero 06, 2008
Había llegado el día esperado de nuestra visita a Bond Street. Era el ‘día de tatuarse’. Mi hermana, Gabriela, y yo habíamos acordado que ese sábado sería cuando un pequeño escorpión se vuelva parte de su cuello y un fénix del tamaño de mi puño se funda con mi espalda.

Es difícil decir que una experiencia obligatoria de un hombre o una mujer joven viviendo o visitando Buenos Aires sea tatuarse. Pero, posiblemente, Capital Federal tenga los mejores locales de tatuajes en relación calidad precio en Sudamérica. Aparte, muchas personalidades de la farándula y del deporte argentino frecuentan esos locales, lo que le da cierto glamour al acto.

Curiosamente, estuve muy cerca de arrepentirme. La primera vez fuimos muy a la buena de Dios y me encontré con muchas cosas que me iban desanimando sobre la decisión tomada. Nos acompañaba un grupo de gente, amigos de mi hermana, a una ceremonia que para mí era un acto de alquimia, no podía ser compartido con tanta gente. Era algo, casi íntimo.

Más contratiempos: Llegamos muy tarde. No podían atender sino a uno de los dos. Mi tatuaje tomaría un poco más de una hora, se requería cita previa. Ni siquiera tenía suficiente dinero en pesos argentinos en el bolsillo para pagar el valor del tatuaje…. Todas estas circunstancias me iban desanimando.

Siempre he creído en señales. La vida nos da señales que nos guían por el camino que debemos tomar, eso creo. ¿No había suficientes señales ahí que me decían NO TE TATUES? Lo tenía tan pensado, tan planificado, y lo había deseado tanto que la simple idea de la vida diciéndome ‘no lo hagas’, me entristecía.

Esto también me trajo memorias de algunas veces cuando la vida me ha dicho ‘no por ese camino’, ‘ella no te conviene’, ‘te vas a hacer daño’, o inclusive ‘Te va a doler’
[1]. También pensé que la mayoría de veces he ignorado esas señales de forma descarada y he sufrido alguna desagradable consecuencia. ¿El tatuarme o no era otra de esas decisiones? Pensé que no, esta decisión me incumbía únicamente a mí, mi cuerpo y mi alma se iban a enfrentar, se iban a encontrar en un punto que ambos conocen bien: el dolor.

No le tengo miedo al dolor. No significa que no me duela. Tampoco significa que no me vaya a quejar. Pero he aprendido a convivir con mis dolores. Le he perdido el miedo a esta palabra. Una vez escuché a una mujer que decía que pasada cierta edad, cuando una mujer despertaba sin un dolor era porque estaba muerta. Me pareció una visión pesimista y un tanto estúpida de la vida. Yo prefiero creer que aunque no es normal que nos pasemos la vida inmersos en un permanente dolor, el dolor es una señal inequívoca de que somos seres sensibles y de que estamos vivos.

Había una vez un corazón. Hubo una vez en que ese corazón me dolía. Hubo recuerdos que quemaban y otros que me helaban. Hubo recuerdos que me abrigaban y otros que reclamaban abrigo. Hubo recuerdos que se desvanecieron… Tengo un pasado que no abruma a nadie, sino a mi mismo… y eso solo pasa cuando se lo permito. Tengo una avalancha desordenada de memorias que se me viene encima y hay momentos cuando los sentimientos se mueven torpes en mi memoria. A veces lo que duele, lo que abruma, es que los recuerdos se vuelven borrosos, menos constantes y mi pasado es mi posesión más valiosa. Mi pasado es el único camino que conozco hasta el día de hoy.

Hay un pecho grande, que es el lugar donde habita mi presente. Está vacío. Ahí se debe plantar una semilla de corazón con la sonrisa de alguna niña que yo sé, pero que aún no encuentro. Hay un pecho grande, pero está vacío. A veces la ausencia del dolor es más penosa que el dolor mismo. Como contrapeso en este presente hay una espalda grande lista para grandes cargas, lista para pequeñas también. Lista, sobretodo, para cargas importantes. Ese es el nido del fénix. Siempre arde, siempre está ahí, siempre me recuerda quien soy, que tan bajo caí que tan alto me levanté.

Hay unos ojos, fuertes y de mirada sincera, endurecida, valiente y optimista. El fénix también arde ahí adentro, sin terminar de quemarse jamás, porque avanza hacia un futuro que pretende hacer suyo.

EL FENIX

Cuenta la leyenda que esta ave habitó la tierra. La vieron en África. La vieron en India. La vieron en el Medio Oriente. La vieron volando con su plumaje amarillo, incandescente, rojo, hiriente y herido, dorado, y valiente, naranja, fuego puro… Vivió en el paraíso y debió quedarse ahí. Fue el único animal capaz de rechazar el fruto prohibido, por lo que recibió de premio la inmortalidad. Su nido olía a diferentes hierbas aromáticas y especias… A vainilla olía, a canela olía… A clavo de olor… a romero y a laurel… A sándalo, a jazmín y a azahar… y hasta a pachulí se dice que olía…. Huele a tantas cosas más que ya he olvidado, porque los fénix, nosotros, solo ardemos cada 500 años dentro de nuestros nidos. Pero también estamos encendidos siempre.

Las agujas se clavan por mi espalda desnuda. De cierta forma, en algo me recuerda al ‘triqui-traca’ de la máquina de coser de mi abuela….al ‘tic-tac’ del reloj que me dio mi viejo cuando cumplí doce años… y hasta me recuerda al misterioso sonido de la máquina de escribir de mi bisabuelo. Es mi vida pasada… Las memorias y el dolor se mezclan.

El dolor de la aguja se traduce en una revolución de memorias e ideas. Entran primero los golpes que di y que me dieron. Vienen las mentiras que creí e incluso alguna que dije. Diría que fue por miedo, pero sonará a excusa…. Pero sí, dije mentiras algunas veces.

Puedo sentir todo esto. El dolor es también los amigos que ya no están. Es los amigos que reaparecen, pero ya no son ellos mismos porque yo tampoco soy más el que una vez fui…. Recuerdo mis juegos cuando niño. Caí muy duro algunas veces y me costó levantarme. Lloré. Hubo manos extendidas. Muchas se cerraron y se volvieron puños.

Me vuelven a doler las dagas que una vez dolieron. Me duele la indolencia de unos ojos que creí destinados a empatía. Duele en mi piel las promesas cumplidas unilateralmente, aunque admito que ese cumplimiento un día me brindó un orgullo y satisfacción inútiles. Duele la piel, duele el alma.

Duelen nombres propios.

Duele la Almudena que enterré en la arena.
Duele Carolina que ardió en gasolina.
Duele Fabiana, nunca tanto como Suzannah.
A la primera me demoré en olvidarla una semana,
a la otra la olvidaré mañana…
Duelen sus miradas indolentes
y que se perdieran entre la gente.
Duele Mayela en la memoria y duele como un clavo en la muela.
Duele Carla… no rima… ¡pero como duele!
Estoy seguro que el amor debe doler,
pero como duele el ‘falso amor’. Ese que parece, pero no es.
Ese que aparece, pero es espejismo.
Duele. Y ahora es un dibujo sangrante en mi piel.


Duelen los amigos que no están. Duele que no vuelvan aún los que han de volver. Duele que no lleguen los que hasta hoy no conozco. Duele los que se presentaron como amigos, pero no fueron. Duelen nombres comunes.

Arde y quema mi piel. Arde que no estés. Arde que no hayas llegado todavía. Arde esperarte y arde no esperarte. Arde que lleguen otras que no son vos.

Quema el miedo. Quema la valentía que uso para vencer ese miedo. La aguja quema la piel. Tinta y aguja pintan el plumaje del fénix y yo siento millones de recuerdos que me abruman. Recuerdos sin nombre, sin orden cronológico, simplemente golpeando como olas un arrecife. Son tantos y tantos que podría desmayarme abrumado, no es el dolor en sí. Ese ya no importa. Con ese dolor convivo. Y aunque no lo ignoro, y aunque en verdad lo siento, no lo rechazo. Está conmigo, es parte de mí. Pero, si, son tantos recuerdos que me echaría boca abajo a reír, a llorar, a gritar un poco hasta que el grito se vuelva un suave eco y me quede dormido.

En parte es como si eso hubiese pasado. Me reí y lloré. Grité un poco hasta volverlo un suave eco que solo lo escucharon algunos perros callejeros.

Por fin desperté de ese sueño. Fue cuando sentí que mi plumaje estaba listo, que mis alas ardían, pero tenía alas y volaba. Fue cuando sentí que todo estaba completo otra vez, listo para levantar el vuelo. Listo para levantarme las veces que hagan falta. Listo para seguir mi camino, listo para asumir mi rol en la pelea. Listo para resurgir. Listo para volar, porque me volví uno con el fénix.



[1] Como diría Maelo Ruiz en esa inmortal salsa. Te va a doler… como me está doliendo ahora que me dejas…

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