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67. Historia de un perro callejero en la ciudad

Posted by Juan K Peña on jueves, agosto 20, 2009 in , ,
Lo llame Tino y fue mi primer amigo desde que llegué a Rosario. No lo veo desde hace tres semanas que dejé de vivir en Zona Sur y me mudé a una casa más cómoda cerca del centro. Tino era callejero. No sé si alguna vez tuvo un dueño. Su mirada cuando le hablaba me decía que si, pero su forma de marcar territorio con otros perros me decía exactamente lo contrario.

Seguramente este fin de semana vuelva por el barrio y probablemente me encuentre con Tino en la esquina del Supermercado. Él siempre solía estar cerca, aunque nunca le vi una actitud pedigüeña hacia ninguno de los clientes que salía con sus compras . Muy por el contrario, se acostaba con la mirada triste a mirar como otros perros rogaban por un poco de comida, miraba a los clientes entrar y salir, a los viandantes acercarse y alejarse pasando junto al metro cuadrado de la acera que había hecho suyo.

Tino se erguía en el barrio como el rey de la selva de cemento, pero su autoridad era disputada por la presencia de otros perros callejeros que invadían su zona. Lo supe desde que lo conocí: Caminaba por Ayacucho cuando dos canes salieron a impedirme el paso con molestos ladridos y movimientos agresivos. Admito que me asusté un poco. Estaba algo distraído y creo haber sentido el mismo temor que cuando tenía solo seis años y el pastor alemán de la casa en que vivíamos me empujó contra una carretilla. Aquella vez, me había golpeado la cabeza, producto de una embestida y recuerdo que me salía un poco de sangre por una cortada que me había hecho entre la nuca y el cuello.

Mi temor no desapareció del todo cuando Tino apareció y se lanzó con fuerza contra uno de los perros que me impedía el paso. Hubo un par de mordidas de lado y lado, y tiempo suficiente para que yo cambie de acera. Tino me miró y se fue. No espero ni una palmada en el lomo, ni un pedazo de pan, ni un hueso, ni un gracias. No movió la cola, ni miró atrás… Solamente se fue.

- Gracias… Hey, gracias! – Le dije mientras se marchaba, como si él pudiese entenderme. Talvez porque creo que me entendió, y me entendió bien, sólo que en ese momento no le importó.

Tino era el macho alfa del barrio, aunque solo tenía un amigo inseparable, que era un poco más oscuro, con el hocico más largo y más delgado, por lo que le llamé ‘Flaco’. Tino y Flaco siempre se acomodaban juntos para dormir entre las jardineras de la acera, siempre muy cerca del Super Mercado.

Tino era más orgulloso, lo mostraba en su caminar, pero también tenía una mirada tristísima, una mirada que partía el alma y que era una mezcla de‘Yo estuve en Viet-Nam’ con ‘Yo amé una vez’…. Era una mezcla de ‘Yo confié una vez’… con ‘Estoy irremediablemente solo y no sé a donde ir’. Tino sabía combinar todas esas sensaciones en su mirada, pero dotándolas de un aire de desdén que lo hacían fuerte a pesar de la vulnerabilidad que implica ser un perro de la calle.

Estoy seguro que confío, que amó, que lucho y que perdió… Tuvo un gesto que reconocí enseguida en mujeres que han sido lastimadas: Un día se me ocurrió comprarle cuatro pesos de carne picada. Al salir del supermercado se lo ofrecí y abriendo el paquete se lo puse a un metro de donde él estaba recostado. Tino no movió un músculo por la siguiente media hora, y debe haber tenido mucha hambre y hacía mucho frío. No tuve más remedio que irme a casa a vencer el frío, porque él no iba a comer. Al menos, no mientras se sintiera obligado o sintiera que era peligroso comerlo.

Tino, amigo, ¿qué te hicieron? A mí también me cuesta confiar… A mi también me intentaron envenenar alguna vez. No, estoy mintiendo…: A mi también me intentaron envenenar algunas veces… No con carne picada, sino con pedacitos de corazón, con migajas de cariño, con despojos de lo que pudo haber sido una buena amistad. Por eso te entiendo, Tino, por eso no está mal que rechaces la carne molida que te compré hoy. A mi también me han curtido un poco los reveses que tiene la vida... Y créeme, he visto a mujeres rechazar lo que les he ofrecido sin mayor razón que el temor a volver a ser engañadas o heridas.

Es difícil creer cuando se pierde la fe. Tino lo sabía. Yo lo sé. Y posiblemente ella también lo sepa. Casi todos hemos sido envenenados alguna vez. Pero sobrevivimos… Y si no comemos lo que nos ofrecen, terminaremos muriendo de todas formas. El sobrevivir ya nos hace más fuertes, más grandes, capaces de crecer, de elegir, de ganar y también de volver a perder. Son posibilidades con las que debemos convivir.

Tino tuvo noche muy duras. Algunas fueron sumamente frías, y otras sumamente solitarias. Hubo días eternos de mucha hambre en los que la mejor opción era dormir. Hubo días en que sintió que no sobreviviría, porque sus heridas no curaban pronto, o porque la única razón para alegrarse era que sus rivales se habían llevado la peor parte; o, inclusive, el morboso placer que sentía al lamer sus propias heridas. Siempre callejero y con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer; Sin tener horario para hacer la siesta y rendirle cuentas al amanecer.

- Tino, amigo, yo también estuve ahí. Yo también soy un sobreviviente. Yo también pasé hambre y frío. Yo también estuve moribundo, yo también me alegre de ver a mis enemigos caer ante mis ojos, y también sentí un placer morboso de lamer mis propias heridas. Estuve ahí, Tino. Te entiendo.

A veces, cuando nos hieren de verdad. Cuando nos hieren tanto que parece que hubiesen tratado de matarnos, tememos confiar. Tememos que aquello que pinta demasiado bueno para ser verdad, sea un vulgar espejismo. ¡Sorpresa! A veces, no es así. A veces, a la vida nos da por sorprendernos. Entonces, mi querido Tino… sigue tu instinto y saborea la carne molida que tu amigo coloca en la acera para vos. Desconfía como regla general, pero permítete confiar cuando las señales te dicen que es posible hacerlo.

La última vez que lo vi, había reaparecido luego de una gran ausencia que me motivó a buscarle por las calles aledañas sin éxito. Apareció renqueante y con una nueva herida a la altura de la cicatriz que ya tenía en el hocico. Parece que nunca aprenderá a protegerse como debería. Me hace cuestionarme si yo he aprendido.

Hay días que temo por Tino. La vida de un perro callejero no es la mejor vida para un perro, o para nadie. Pero sé que de esa forma le gusta vivir. Es bueno ser un macho alfa, ser de todos y de nadie. Pero no deja de ser duro… Lo sé, también estuve ahí. Tino es nuestro perro y es la ternura que nos hace falta cada día más, es una metáfora de la aventura que en el diccionario no se puede hallar.


Callejero - Ataque 77

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