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68. Acerca de la obsesión sexual masculina, el amor y la iluminación

Posted by Juan K Peña on jueves, septiembre 10, 2009 in , , , , ,
¿Por qué los hombres pensamos tan recurrentemente en sexo? ¿Está mal? ¿No es sano? ¿Es completamente normal? ¿Vivimos una especie de ‘aceptable obsesión’ que nos lleva a relacionar muchas de las sensaciones que percibimos con la idea del sexo en cuanto tal?

El hombre, en términos generales, es mucho más sexual que la mujer. Está biológicamente preparado para reproducirse con una, dos, tres, o más mujeres, sin mayor problema en un corto período de tiempo. La meta está en asegurar y perpetuar su existencia en este planeta a través de la descendencia. La mujer, no. Una mujer que está embarazada debe tolerar un período de alrededor de nueve meses antes de poder embarazarse otra vez. Obviamente, esto es una explicación meramente biológica, que no considera otras variables importantes de la ecuación que son el aspecto emocional, el aspecto espiritual e inclusive el aspecto social.

Lo cierto es que la aparente obsesión sexual que los hombres sufren (o disfrutan) se ve reforzada por las conversaciones, comerciales, películas, revistas, imágenes, e inclusive tendencias de la moda, por lo que hay un constante refuerzo del mensaje que recibimos. Claro, no nos quejamos. Simplemente, seguimos pensando a menudo y con intermitencia en sexo.

El sexo es una necesidad, y es normal pensar en las necesidades que tenemos, me decía una psicóloga, amiga mía, cuando le pedí una aclaración del tema. El comer también es una necesidad, sin embargo pensamos mucho menos en comida, que en sexo. ¿Será porque nuestro deseo, o mejor dicho, necesidad sexual nunca se ha satisfecho del todo?

Aquí quiero señalar que no hablo de la necesidad sexual como sinónimo del placer. Es decir, que el placer se satisface a través del orgasmo, pero la necesidad sexual nunca queda del todo satisfecha. ¿Por qué? Es que al hacer el amor se pueden lograr mucho más que orgasmos y la compenetración de la pareja. Sé que para la mayoría de casos, esto ya es bastante. El placer físico y la satisfacción emocional que pueden producirse en este tipo de encuentros sobrepasan sus expectativas, pero ciertamente no las mías.

Hace un tiempo accedí a unos viejos manuscritos de alquimia. En ellos se decía que miles de años atrás hacer el amor significaba mucho más. ‘Hacer el amor’ tiene mucho de Alquimia, un arte y ciencia prácticamente olvidado hoy en día. Hacer el amor significa darle forma física a un sentimiento, a una emoción, a algo que tiene tintes espirituales. Esta explicación es la forma más sencilla de entender lo que viene a ser la Alquimia. Unos buscan la piedra filosofal, otros producir el oro, pero creo que un acto alquímico mucho más al alcance de nuestras habilidades estaría en aprender a hacer el amor debidamente.

Aparentemente, la autoridad económica y física que el hombre pretende frente a la mujer es una forma de reemplazar una autoridad legítima que tenía hace miles de años. Esta autoridad provenía de la seguridad que le otorgaba a la mujer y de la satisfacción que ella alcanzaba al sentirse amada de verdad. Al perder el camino, el hombre cayó en una especie de perenne infelicidad que lo lleva a fantasear sexualmente a menudo, a manifestarse a través de comportamientos violentos, y perderse en el trabajo y la búsqueda innecesaria de la riqueza y trofeos de sus guerras particulares, que son meras pantallas de un problema mucho más profundo. Lo peor de esto es que hombres así tienden a afectar permanentemente a cada mujer que tocan.

¿Por qué afecta a las mujeres que tocan? La mujer tiene energías que solamente pueden ser recogidas y aflorar sexualmente. Esta energía es pura, fundamental, bella, casi divina. Si el hombre fracasa en su intento de recoger esta energía, la energía se estanca. Es un principio físico que toda energía contenida tiende a buscar una forma para seguir fluyendo, es decir que tiende a explotar. Esta explosión es negativa, tanto en cuanto no fluye por donde originalmente debería, por lo que se generan algunas enfermedades físicas, malestares y problemas emocionales entre otros.

Hemos de re-aprender a amar de una forma divina, completa y desinteresada. Esto no depende de técnica alguna, o de experiencia sexual adquirida, sino de la utilización de la energía producto del amor mismo. Aquí surge el verdadero sentido de la autoridad que no es una autoridad manipuladora sino un punto de referencia válido. El que una mujer libere sus ‘energías divinas’ a un hombre que no sea tal, que no sea integro, y que no entienda de que se trata todo esto concluirá con una liberación parcial de esas energías y por tanto un acumulamiento innecesario de las mismas, que se expresa en tensión, infelicidad, preocupación, ansiedad entre otras sensaciones. Según el manuscrito la liberación de la energía divina de la mujer no puede darse por casualidad, bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera si la mujer quisiera hacerlo, ni aunque ella quiera entregarse por entera a un hombre, porque éste debe ser capaz de liberar las propias energías, liberar las de ella y absorberlas haciendo las energías femeninas suyas. Vale insistir que la destreza sexual nada tiene que ver con el amor. La construcción del mero placer físico es meramente sexual. El orgasmo es la satisfacción de un instinto básico y no de un deseo ulterior.

Uno de los principales problemas pasa por la sobrexcitación y anticipación sexual que el hombre enfrenta. Esto desata altos niveles de agresividad sexual. Nuevamente, el ejemplo de la Alquimia, digamos que dos elementos (hombre y mujer) deben mezclarse pero para ello deben estar a la misma temperatura. Ahora digamos que la temperatura normal del hombre oscila entre los 25 y 35 grados centígrados. La mujer arranca entre los 5 y 15 grados. Cuando la mujer llega a los 25 grados y se siente cómoda, el hombre ya empieza a marcar una gran diferencia al alcanzar unos 50 grados. Digamos que ella alcanza cómodamente los 75 grados con una comodidad impresionante, mientras el hombre alcanzó hace un rato los 100 y se encuentra a punto de explosión.

Si los elementos no están a la misma temperatura, si hombre y mujer no están sintonizados, difícilmente ella podrá liberar todo lo que tiene por liberar Es que la mujer tiende a darlo todo, mientras el hombre tiende a dar lo que puede, que no es lo mismo aunque suena muy parecido.

Cuenta la leyenda que, originalmente, hombre y mujer poseían una aureola, como la de los santos, pero más larga y ancha, pues se extendía hasta más allá de los miembros extendidos. La aureola femenina era de un dorado más intenso debido a que su amor y la energía que de él se desprendía era más puro. El del hombre era un dorado más débil pues era el guardián del amor femenino. Al hacer el amor, ambas aureolas formaba una sola, más fuerte, más brillante, más intensa. Eran como dioses que basaban su existencia y presencia física en la divinidad de su amor. Esta aureola, individual o compartida, era suficiente para comunicarse, y cuando uno de los dos necesitaba la necesidad regenerar su aureola recurrían al acto del amor.

La construcción del mundo contribuyó al olvido del acto del amor. Se dice que el lenguaje solamente empezó a elaborarse en la medida que la capacidad de amar se atrofió. Es decir que hombre y mujer se olvidaron de ‘estar en el amor’ y lo remplazaron por un decir ‘te amo’, se olvidaron de ser amor, estar en el amor, y hacer el amor. Al olvidar hacer el amor divino no podían alcanzar el mismo estado de iluminación, de amor, de no tiempo, pese a que aparentemente era el mismo acto físico. En consecuencia los niños que empezaron a concebir ya no eran espiritualmente iluminados, sino emocionalmente dependientes.

Poco a poco, el hacer el amor fue visto como algo malo, porque iba corrompiendo la claridad y luminosidad de los espíritus existentes, en la medida que aparecía más y más gente que no sabía como hacer el amor divino y que eran gente sin este resplandor especial. Por esto, algunos seres todavía iluminados decidieron abstenerse de la práctica sexual y guardaron la luminosidad para si mismos. Estos pueden ser considerados los místicos o santos, cuya aureola era mucho más pequeña que la de sus antecesores y de quienes podemos ver imágenes en estampas, cuadros e imágenes en templos católicos. Pero este miedo inicial de los santos y místicos por no hacer el amor se tradujo en un problema para futuras generaciones pues todos olvidaron por hacer el amor por completo….

Puede haber mucho de leyenda en lo anterior, pero, sin duda, enfrentamos un problema cuando se trata del acto de amor en cuanto tal. El camino de una ‘posible iluminación’ pasa por la concientización de que debe haber un problema, dado que los síntomas existen y que una solución colectiva no parece posible. No sé si al hacer el amor con la mujer a la que ame nos iluminemos en una aureola mágica y común, pero ciertamente es necesario tomar y entregar las energías divinas que se desprendan de los dos. Para saber esto no hizo falta leer un manuscrito de Alquimia. Es más un asunto de sentido común y el deseo de estar en sintonía con alguien. Al fin de cuentas, es de lo que el amor debe tratarse.

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